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Simmel, Georg (1906). La Religión. Buenos Aires. Gedisa. 2012.
Reseña.
Simmel nos ofrece en La Religión una mirada particular, esa que en el total de sus obras se puede apreciar y que gira en torno a las formas de socialización. Lo que permea el escrito es la constante distinción entre la religión y lo religioso o la religiosidad. La religión es un mundo, como lo son también el del arte o el científico, “constituidos por el mismo material según otras formas, a partir de otros supuestos” (p. 24). Aquellos que se sitúan en la religión bien pueden o no saber que su mundo es verdadero, ya sea mediante la experiencia práctica o un postulado científico, pero esto resulta secundario, pues su mundo desemboca y se satisface en la fe. Así mismo, la religión es un fenómeno sociocultural, y como tal está institucionalizado.
“Lo religioso en su esencia específica, en su existencia pura, sobre todo, libre de las «cosas» es la vida” (p. 28.) Lo religioso entabla un proceso y no una configuración, donde se adoptan contenidos que hay que formar. “La disposición religiosa del hombre como un modo de desenvolvimiento característico de su proceso de vida permite experimentar como religiosos todos los ámbitos posibles en los que se desarrolla este proceso. Y entonces emergen de la vida y del sentimiento del mundo así dispuestos las configuraciones peculiares con las que el proceso religioso deviene cuerpo o adquiere un objeto” (p. 29).
Simmel propone tres segmentos del círculo de la vida en los que la transposición se destaca en el mundo religioso: 1) en el comportamiento del hombre con respecto a la naturaleza exterior, donde se experimentan emociones que se pueden caracterizar con un tono religioso, sin llegar a ser religión, aunque si es un proceso que deviene en religión, “La vida religiosa activa en la formación de contenidos del mundo se convierte en él en una sustancia religiosa propia” (p. 33); 2) con respecto al destino, este es experimentado por el hombre, en una disposición interna (subjetiva) se tejen relaciones, significados, sentimientos, que por sí mismo no llegan a ser religión, pero desprendidos de ciertas contingencias “enmasillados de la religiosidad que los atraviesa constituyen para sí un ámbito de lo objetivo, a saber, «la religión», esto significa aquí produciendo el mundo del objeto de la creencia” (p. 36); y 3) con respecto al mundo humano circundante, dentro de la vida social una analogía puede verse en aquello que es la moral, donde “Las religiones también pertenecen a estas formas con las cuales el conjunto se asegura el comportamiento correcto del individuo” (p. 38), eso bajo la sanción moral, la religiosa y la jurídica, que quizás con anterioridad no se encontraban divorciadas. De fondo se tiene que es por un ámbito religioso que los otros mundos se han conformado.
Se habla de la analogía que entabla el comportamiento del individuo con la divinidad y con la generalidad social, donde los vínculos de los hombres, y de acuerdo a su forma, son productos religiosos a medias, basados en la «obligación». En cuanto a lo religioso, se dirá que surge de un “determinado grado de tensión del sentimiento, una intimidad y una solidez de la relación interna, una disposición del sujeto en un orden superior que al mismo tiempo es considerado por él como algo interno y personal. Estos elementos del sentimiento a partir de los cuales se construye, por lo menos en parte, el lado interno, pero también el lado externo de tales relaciones, se llama para nosotros religioso” (p.48).
La religión y la unidad de grupo, tiene una relación establecida mediante la fe o formas de movimiento de la vida psíquica enraizadas (que se activan en la conformación de la existencia religiosa así como en el de la social, es decir, se presenta un isomorfismo), entonces “Es la fe religiosa la que surge aquí en la relación de hombre con hombre” (p. 55), se puede entender que así como existe una “confianza” en un ser superior, también existe esa confianza hacia otras personas y por ende en uno mismo, por lo que la fe, de acurdo con Simmel, es lo que hace que la sociedad se mantenga unida, no de forma abstracta, sino develándose como una configuración supraindividual completamente concreta, esto es, como grupo social.
Se habló de la naturaleza de la pertenencia del individuo a su grupo, lo que significa, de algún modo, la mezcla de determinación forzada y de libertad personal, ahora se pasa a la relación de la forma más profunda entre la vida social y la religiosa, hablando estrictamente del cómo el mundo social y el religioso desembocan en el individuo que se sabe es una unidad del todo, donde lo religioso, aún en su forma individualista de salvación, se deslinda de la diversidad que se plantea en una división del trabajo, así Simmel plantea la idea de un reino de Dios, donde la diferenciación de las almas convergen hacia la unidad de ese reino, donde Dios es la unidad del ser.
Aunque acá no se ha mencionado, Simmel, a lo largo de su escrito, habla del papel que el Dios cristiano y los dioses particulares de ciertos grupos desempeñan como una especie de esencia que integra al grupo. Si bien existe la noción de dioses, que de alguna manera tienen cabida en las mentalidades y confluyen sin chocar entre ellos, el Dios cristiano se alza como la representación divina que enlaza tanto a sus creyentes como a los no creyentes, empero, eso no es lo que brinda el potencial integrador, eso lo hace, en opinión del autor, el mismo surgir de la religión y esta como un fenómeno sociocultural que separa al humano de otras especie.
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